domingo, 28 de marzo de 2010

Realidad reflejada en un universo irreal

Montaña y lago de la efigieLa tenue luz del final de la tarde se reflejaba en el rostro de incertidumbre del joven, caminaba sin rumbo atravesando aquel paisaje bucólico que acentuaba su abatimiento y congoja. Miles de pregunta rondaban su cabeza y la respuesta a muchos de sus dilemas, la tenía la efigie que habita en la cúspide de la cordillera. Esta imagen era un hermoso ser, que un momento fue muy cercano a el joven, pero desde que se convirtió en estatua obviamente sólo se muestra taciturna e indiferente ante él.

Cada día el joven alzaba su vista a la cordillera, y muy a pesar de la gran distancia que había entre la ciudad y la cúspide, él podía distinguir de manera diáfana a la efigie, y en medio de suspiros se preguntaba: qué extraña maldición o jugada del destino la había convertido en estatua. Su angustia se hacía mayor al pensar que este inanimado ser era el que tenía la solución a muchos de sus problemas, o peor aún, que él llegará a tener el mismo desenlace.

El joven realizaba sus labores cotidianas, trabajo, estudios, entretenimiento y religión, sin embargo; sus pensamientos con cierta frecuencia se trasladaban hasta la efigie, situación que le confiscaba en gran medida su libertad. Cierto día, el joven decidió comenzar a poner fin a esta coyuntura y diseñar un plan de acción. Primeramente, fue al sitio divino, aquel emplazamiento consagrado al Ser Superior, un ente que creía conocer pero al solicitarle su ayuda entendió que era un “conocido” forastero, que quizá por defensa, él había decidido convencerse que ya lo conocía, un escudo de protección con el que buscaba ignorar su misión.

El Ser Divino le dijo: “¿Qué buscas o para qué me buscas? – él respondió – el abismo me está dando alcance, la oscuridad me acorrala, por eso acudo a ti, fuente eterna de luz y salvación de los cautivos – El Ser Superior sólo se limitó a decirle: “esto puede ser el inicio del final inevitable”. Ante esta respuesta desconcertarte del Ser Supremo, el joven se marchó de aquel lugar sagrado, con más dudas que soluciones. Así pues, decidió de una vez y por todas subir el camino intrincado y enchuchado hasta la cumbre de la montaña. Al estar frente a la efigie, enfrentó todos sus dolores y temores y comenzó hacerle todas las preguntas que tenía. Como era de esperarse la estatua no se movió ni muchos menos emitió algún sonido.

Dominado por una gran impotencia, el joven siguió sumando desaciertos a su ya abultado recuento de éstos. La efigie por su parte, parecía hacerse más rígida en respuesta a ello.

Meses después sentado en la montaña, viendo la inmensidad de la ciudad, el joven se acercó a un muy tranquilo lago, de aguas cristalinas y muy frías, sumergió su mano para tomar un poco de aquella agua y lavar a continuación su rostro. De pronto, cuando el agua restableció su quietud, advirtió con perplejidad su reflejo, él no era la persona que recordaba, era también una efigie, con la única aparente diferencia que él si podía caminar y hablar como antes. Sin embargo; al levantar la mirada hacia el norte, pudo atisbar a la estatua de la cordillera reflejada en el lago y desde aquel lugar pudo descubrir que esa efigie también podía hablar y caminar, sólo que no lo hacía ante su presencia.

Todo se aclaró, como aquellas aguas del lago, ambos seres habían decidido mostrarse yertos y displicentes entre sí y crearon universos distintos plenamente limitados por ellos en los que habitaban. Ambos universos eran imagen exacta de la realidad en la que vivían. Sus errores, debilidades y, paradójicamente, fortalezas, habían sido usados en su contra para concebirlos. Las palabras del Ser Supremo ya tomaban sentido: Sólo se fracasa cuando se deja de intentar, pero hay que tener la capacidad de medir las consecuencias de tus acciones y aceptar tus errores, no dejando las soluciones al azar, según lo que decidas tu mismo construyes el inicio de un final inevitable, como bien lo había manifestado el Ser Superior, nada es definitivo, sólo la muerte.

Entienda el que pueda y discierna el que sepa.

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